Son
buenos tiempos para la ilustración y eso está muy bien. Que algo vaya bien hoy
en día es mucho y no hay más que pasear por la sección de literatura infantil
de cualquier librería para comprobar que los álbumes ilustrados ocupan buena
parte de las estanterías.
No es de extrañar
si tenemos en cuenta que estamos inmersos en la era audiovisual, lo que se
traduce en el auge de apps para los nuevos dispositivos tecnológicos y de
libros llenos de ilustraciones, la mayoría preciosas. Muchos de los libros
infantiles casi no tienen texto, son una sucesión de páginas ilustradas y eso
tiene una parte positiva: los niños de hoy en día tiene las mejores condiciones
para desarrollar su pensamiento visual, su percepción de las formas, los
colores, el movimiento, desde el inicio de su vida.
Sin embargo, y coincido con algunas opiniones que he leído en
algunos artículos sobre la LIJ, esa proliferación de álbumes ilustrados (que
compramos incluso los adultos para nuestro deleite por la estética y la
calidad de la edición) no siempre va acorde con lo que se escribe, con la
historia. Hoy en día los cuentos clásicos, el cine, las tendencias de la
literatura de "adultos", la imitación de los estilos que se venden,
son la fuente de lo que se publica. Las buenas historias escasean.
Hoy, más que nunca, la globalización y las nuevas tecnologías han
abierto un mundo de posibilidades que no podemos dejar escapar, tanto para
crear buenas historias de ficción como para desarrollar los libros llamados
informativos, que son un campo extraordinario por explorar y editar para los
niños y jóvenes.
Escribir no es fácil, y para los niños aún menos. Me pregunto
cuántas historias valiosas están guardadas en los cajones de las editoriales y
agencias.
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